Consejos a los padres
Las
drogas se han convertido en un flagelo para la humanidad, principalmente entre
los adolescentes y jóvenes de casi todas las latitudes. La cafeína, la
nicotina, el alcohol y la marihuana ocupan los primeros lugares entre las más
utilizadas, pero hay otras que constituyen un grupo muy peligroso y cada vez en
aumento, la cocaína en sus diversas formas, los inhalantes y los psicofármacos.
Aunque cada una de ellas tiene un cuadro clínico diferente, la conducta
adictiva es el denominador común a todas. Y sobre este particular trata el
consejo que brindo a continuación.
Por
tanto, cualquier conducta con estos requisitos mínimos, puede predisponer al
sujeto para el desarrollo de una drogodependencia. Claro está, en ocasiones
esta conducta es normal en parte de la vida del niño, como por ejemplo, su
dependencia de la madre como fuente de protección y nutrición, o en el
adolescente, su dependencia al grupo de iguales o a un determinado compañero,
el clásico compinche o amigo preferido. No es a estos rasgos normales a los que
hago referencia. Se trata de otras evidencias nocivas en la actitud del
adolescente, que aparentemente, son naturales. Por ejemplo, cuando consume su
tiempo en actividades poco importantes como el juego en cualquiera de sus
formas: billar, máquinas computarizadas, en detrimento de otras de mayor
utilidad: el estudio, la sana recreación, la familia.
Este
tipo de entretenimiento se convierte en adictivo cuando se gasta dinero y
tiempo en mayor cantidad de lo que se propone el sujeto, o cuando se repite a
pesar de los trastornos ocasionados, como pueden ser ausencias a clases por el
juego, deudas, conflictos ante la imposibilidad de pagarlas o hurtos de dinero
a los familiares para saldarlas. Cuando todo esto ocurre estamos ante el
llamado juego patológico, porque ya existe dependencia de él, es una enfermedad
del control de los impulsos. En estos individuos hay mayores posibilidades para
la instalación de otras dependencias que en quienes no presentan estos
problemas.
Los
padres deben dosificar este tipo de actividad y evitar por todos los medios la
realización de apuestas, que pueden actuar como reforzadoras de esa conducta,
tanto cuando se obtiene éxito y se juega para continuar lográndolo, como cuando
se pierde y se trata de recuperar lo perdido.
Otra
manifestación de conducta adictiva es la utilización de la televisión como vía
evasiva, cuando el adolescente se mantiene durante muchas horas inmerso en
semejante mundo, ajeno a la realidad, que le impide, aunque sea temporalmente,
pensar o reflexionar sobre sus propios problemas. Igual dependencia se observa
en muchos relacionados con la música, sobre todo con el hard rock o rock duro,
por la cual tienen predilección los suicidas. En estos casos es prudente que el
adolescente desarrolle diversos intereses, que tenga varios amigos y el apoyo
familiar, condiciones necesarias para evitar dichos comportamientos anormales.
También
pueden hacer suponer una adicción en nuestros adolescentes, los cambios en la
conducta, por ejemplo el hábito de fumar, cuando nunca antes lo había
realizado, el consumo de bebidas alcohólicas con frecuencia creciente, señales
de pinchazos en antebrazos o la cara anterior de los muslos, demanda progresiva
de dinero para pagar deudas, hurto o robo de sumas importantes de dinero a los familiares,
cambio de amigos, sustituyéndolos por otros que también consumen drogas, empleo
del lenguaje marginal de estos grupos, o la jerga propia de la sustancia que
consumen diferente para cada cultura. Frente a cualquiera de estas
manifestaciones lo más aconsejable, antes de asumir una actitud punitiva, es
pedir ayuda especializada, pues la drogadicción, en tanto trastorno grave de la
conducta, es también una enfermedad de causa múltiple, que requiere tratamiento
médico.
El
papel de los padres en la conformación de la personalidad de los hijos tiene
una importancia capital, y en muchas ocasiones, si no hay un correcto clima
emocional familiar, las consecuencias en los hijos pueden ser graves y
determinar la aparición de diversos grados de patología mental.
Hay
un grupo de factores denominados de riesgo, que aumentan las posibilidades de
manifestar un trastorno, una enfermedad, un comportamiento anómalo.
Por
ejemplo, el divorcio de los padres o la separación, influye de forma negativa
en la psiquis de los hijos, ocasionándoles diversos tipos de problemas, entre
los que cabe mencionar los emocionales, como la depresión, los sentimientos de
culpa por la desavenencia, el rechazo hacia el progenitor que se queda y la
añoranza por el que se ha ido; la aparición de dificultades con el rendimiento
escolar, inexistentes antes de la ruptura; la inseguridad al perder una fuente
de protección y apoyo, lo cual puede desencadenar ansiedad, trastornos de la
conducta de tipo antisocial, así como sentimientos de incompetencia en la
comunicación con sus iguales.
Las
malas relaciones entre los padres, sin que se llegue a la ruptura, también
entrañan serias contrariedades para los hijos, quienes pueden comenzar a
presentar una agresividad, muy similar a la que están contemplando, en sus
relaciones con otros niños, en el propio hogar y en la escuela. Pueden iniciar
síntomas como son la enuresis, o sea, se orinan en la cama, se empiezan a comer
las uñas, se les afectan el apetito y el sueño, aparece caída del pelo en forma
de pesetas o sacabocados, o caída de las cejas, tendencia al aislamiento o a
solidarizarse con el progenitor víctima, y experimentar un miedo excesivo hacia
el que inicia las discusiones o las peleas.
La
imagen que los hijos tienen de sus padres también puede ser un factor de
riesgo, sobre todo cuando ésta genera grados variables de malestar en ellos. De
hecho, un padre ausente emocionalmente de sus hijos, no interesado por sus
logros y sus fracasos, que no esté a su lado en las buenas y en las malas, muy
poca o ninguna seguridad puede generar en su descendencia. Un padre o una madre
que en su modo de vida incluya el llanto frecuente como forma de comunicarse y relacionarse
con los demás, o asuma papeles de víctima, muy poca posibilidad dará a sus
niños y adolescentes de que le confíen sus problemas y sus intimidades, y ellos
crecerán con sentimientos de soledad. También hay que mencionar a los padres
con problemas de conducta, transgresores de las normas sociales, quienes los
pueden transmitir a sus hijos y ellos presentarlos por simple imitación.
No
existe un manual específico para educar a nuestros hijos, pero estos consejos
sí pueden aplicarse a nuestra vida diaria, pues, aunque no creamos a un ser
libre de defectos, sí contribuiremos a su desarrollo de la manera más integral
y armónica posible.
Comentarios
Publicar un comentario