Aplausos para el teatro
"Quiero
ser un griego más en este coro, aunque haga mutis por el foro y el
estreno siempre me dé estrés"… Así recuerdo a mi maestro de primer año,
tarareando ese estribillo que no logro precisar a qué letra de canción
pertenece. Llega su voz a mi memoria, reforzada por imágenes de ese
debut en los tabloncillos, con vestuarios y luces. Las largas noches de
desvelo tratando de realizar mi primer análisis dramatúrgico: La casa de
Bernarda Alba, texto increíble, pero muy difícil para ser comprendido
desde la excelencia de Lorca. Yo era una adolescente de quince años.
Entrenamientos físicos que terminaban a punto del desmayo, la ropa
comenzó a ceder y mi cuerpo a adelgazar. Esos eran momentos que no
olvido. Eran mis propios aplausos para el teatro.
Lograr
mi primer personaje: el Amante, salido de una brillante historia del
dramaturgo Norge Espinosa, fue el premio a tanto sacrificio. Conmigo en
el escenario estuvieron Stanislavski, Meyerhold y Brecht. Conocí a
Freddy Artiles y robé su pasión por los títeres y a Eugenio Barba su
antropología teatral.
Con
Nelda del Castillo aprendí de su dramaturgia espectacular. De Carlos
Díaz tomé lo novedoso y arriesgado de su escena. Maquillajes, títeres,
zancos, olor a pintura mojada, a engrudo trasvolado en un lejano aroma a
incienso, fueron los más remotos recuerdos de mi afán por aprender del
teatro.
Llegan
hoy, ahora, cuando trato de entender cómo me lancé hacia un mundo tan
desconocido para mí y las personas que me rodeaban. Sin embargo, no me
arrepiento de mi majestuoso teatro, me nutro y disfruto de su
subjetividad tan efímera como la cotidianidad en que vivimos.
Lleguen
mis más sinceras felicitaciones este 27 de marzo a todos los que desde
cualquier lugar del hemisferio abogan por mantener viva la escena
teatral. A mis amigos que a cada rato nos reunimos y mancomunamos un
idilio hacia el teatro, ese que respiro, siento y amo. Cierro estas
letras con el mejor regalo para los que actuamos: los aplausos.
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